Un ejemplo de todo este correlato de síntomas sin causa orgánica es el Síndrome de Fatiga Crónica (SFC). Los criterios diagnósticos fueron simplificados en el año 1994 por un Consenso internacional (EEUU) y consisten en:
1) Presencia de fatiga médicamente inexplicable con una evolución de al menos 6 meses que no se explica por el ejercicio físico, no se alivia con el reposo y reduce el nivel de actividad.
2) Alteraciones de la memoria, de la concentración, dolores de garganta, musculares, articulares, cefaleas, adenopatías (ganglios inflamados) y dificultades para reponerse luego de actividades físicas (ejemplo: caminata).
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En general la fatiga es un síntoma frecuente, siendo referido por un 6 a un 7,5 % de la población general, pero sólo entre un 0,2 a un 2,6% son diagnosticados como SFC. Se ha demostrado que hace un pico estacional en otoño, quizá por la incidencia de enfermedades infecciosas. Es más frecuente en mujeres. Los niños y adolescentes también pueden padecerla.
El pronóstico empeora cuando el síndrome aparece después de los 38 años, con duración de la fatiga por más de 1,5 años, historia previa de depresiones crónicas y de enfermedades físicas. Respecto a la personalidad previa, un estudio efectuado en la Universidad de Amberes, Bélgica (publicado por la Academia de Medicina Psicosomática de EEUU), concluye que existirían determinantes de base temperamental.
Las dimensiones del temperamento son tendencias heredadas y se manifiestan en todas las personas en los primeros años de la vida. Consisten en la búsqueda de novedad, la evitación del daño, la recompensa-dependencia (satisfacción efímera) y la persistencia obstinada en el objetivo propuesto. Las conclusiones del estudio en cuestión ponen en evidencia que las personas con Síndrome de Fatiga Crónica toman excesivos recaudos en la búsqueda del placer, carecen de audacia, en desmedro de las conductas espontáneas.
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La evitación del daño las vuelve más cautas, temerosas, inseguras, pesimistas, incluso ante la presencia de personas conocidas o confiables. Además, se demostró que las puntuaciones altas para la evitación del daño, promueven la persistencia de la conducta, ya que la persona vive lo impredecible o incierto con angustia, por lo tanto, prefiere reproducir en forma rígida los comportamientos conocidos. La rigidez de las tendencias innatas del temperamento determina personalidades predecibles, con un mal manejo de la ansiedad (tensión interna), perfeccionismo, pensamiento reservado y dificultades en la expresión de las emociones. Es notable cómo la fatiga y la frustración son retos para la superación y no “luces rojas” para reflexionar, evaluar alternativas, o simplemente, descansar. Muchos son definidos como “adictos al trabajo” “incapaces para delegar”, “sujetos de alto rendimiento” o “sujetos que no pueden decir “no” a las demandas de los demás”. Parece que en los “mejores competidores”, el sobreentrenamiento puede ser un factor que induzca al Síndrome.
A largo plazo las consecuencias de la mala adaptación a las responsabilidades externas pueden conducir a una actitud negligente a las necesidades del cuerpo, con altos grados de ansiedad, insomnio o sueño no reparador. Se sabe que el exceso de tensión provoca cambios neuroquímicos (endócrinos u hormonales) y en el sistema inmune, predisponiendo a las enfermedades infecciosas. Por lo tanto, todas estas características descritas ayudan a la aparición del Síndrome de Fatiga Crónica y otras patologías psicosomáticas.