El Milagro de Singapur:
Una Nación Forjada por la Visión de un Hombre
Por Max Montilla
Hace unos cuantos días, escuché a un estadista hablar del milagro de Singapur, y hace unos cuantos días más estuve leyendo el libro de Tony Blair “Sobre Liderazgo, lecciones para el siglo XXI” donde se repite el mismo tema y aunque yo mismo he citado este milagro en mis ponencias sobre políticas públicas, he decidido ahondar un poco más y dar a entender que los milagros que ocurren en un país, no necesariamente se puede replicar en otros. Sin embargo, nos pueden servir de guía y adaptarla a nuestra realidad y entorno.
Un poco de historia para poner en contexto, La historia de Singapur comenzó en el siglo XIV, cuando la isla de Temasek fue renombrada Singapura («ciudad de los leones»). En ese mismo siglo, y bajo el mandato del príncipe Parameswara, Singapur aumentó en importancia con la creación de un puerto marítimo, que fue destruido en 1613 por portugueses.
La historia del Singapur moderno comenzó en 1819, cuando el inglés Thomas Stamford Raffles construyó un puerto británico que permitió que la isla se convirtiera en un importante centro comercial con India y China, y fuera un prestigioso puesto comercial del Sudeste Asiático, transformándose así en una eminente ciudad portuaria.
Cuando Singapur se independizó en 1965, muchos pensaron que estaba condenado al fracaso. Sin recursos naturales, con una población diversa y dividida, y rodeado por países mucho más grandes e inestables, el pequeño Estado insular parecía tener pocas posibilidades de sobrevivir, y menos aún de prosperar. Sin embargo, en una de las transformaciones más asombrosas del siglo XX.
Singapur pasó de ser un puerto colonial empobrecido a una de las economías más prósperas, eficientes y desarrolladas del mundo. Este fenómeno se conoce como el milagro de Singapur, y está profundamente ligado a la figura de su primer ministro fundador, Lee Kuan Yew.
Lee Kuan Yew no fue un líder común. Fue un estratega pragmático, disciplinado y profundamente comprometido con la construcción de una nación moderna y viable. Su liderazgo, aunque autoritario en ciertos aspectos, se basó en la eficiencia, la meritocracia, el respeto por la ley y la lucha contra la corrupción. Lee entendía que un país sin recursos debía cultivar su mayor capital: su gente. Por eso, priorizó la educación, la planificación urbana, la vivienda digna y un sistema legal incorruptible.
Bajo su liderazgo, el Estado asumió un rol fuerte pero funcional. A diferencia de otros regímenes autoritarios, Singapur no cayó en el clientelismo ni en el despilfarro. Lee formó un gobierno compuesto por personas altamente capacitadas, muchas de ellas educadas en las mejores universidades del mundo. Promovió una ética de trabajo exigente y una cultura de responsabilidad. Las decisiones se tomaban con base en datos, necesidades reales y objetivos a largo plazo.
Si embargo, a qué pecio fue que se cambió el modelo. El modelo de Lee Kuan Yew también plantea dilemas importantes. Su énfasis en el orden social incluyó restricciones a la prensa, severas penas judiciales y un control férreo sobre la disidencia. Para muchos, esto representa un sacrificio de libertades civiles que no debe ignorarse. Sin embargo, para otros, es un ejemplo de cómo la estabilidad y el desarrollo pueden requerir medidas firmes, especialmente en contextos de gran vulnerabilidad social o política.
Hoy, Singapur es uno de los países más seguros, limpios y eficientes del mundo. Su sistema educativo es de los mejores; su economía, altamente competitiva. Pero más allá de las estadísticas, el legado de Lee Kuan Yew es una invitación a reflexionar sobre el poder de la visión, el liderazgo con propósito y la capacidad de un pueblo para reinventarse bajo una dirección clara.
En tiempos donde muchas naciones luchan con la corrupción, la desigualdad o el cortoplacismo, Singapur nos recuerda que el desarrollo no es un accidente, sino el resultado de decisiones audaces, principios firmes y una profunda confianza en lo que puede lograrse cuando el liderazgo sirve al bien común.
Nos leemos en otro artículo, Dios mediante.