Nos robaron la política y ni cuenta nos dimos
Por Max Montilla
Vivimos rodeados de pantallas que gritan. Todo es urgente, todo es escándalo. En medio de ese ruido, la política terminó convertida en trending topic, juzgada por titulares fabricados para vender clics. Pero detrás del show y las noticias falsas, olvidamos algo básico: la política no es el problema. El problema es cómo la estamos consumiendo.
Hoy nadie espera contexto. Un tuit basta para absolver o condenar. Lo complejo aburre, lo simple se viraliza. Así, la política se volvió un espectáculo donde importa más quién cae que qué propone. Y cuando el ruido manda, el pensamiento se rinde.
Sí, hay razones para estar molestos: corrupción, promesas rotas, impunidad. Pero confundir los errores de algunos con la esencia de la política es rendirse al cinismo. La política —la verdadera— sigue siendo el único instrumento que tenemos para cambiar las cosas, aunque algunos la hayan manchado.
El algoritmo descubrió que la indignación genera tráfico. Mientras más furia, más visitas. Así que los medios venden rabia envuelta en titulares. Y nosotros, sin querer o en muchos casos queriendo por el morbo que genera, la compramos. Cada clic sin pensar es un voto a favor del engaño.
Ya no se debate: se actúa. La política se volvió performance. El político busca cámaras, no consensos. Y el ciudadano, agotado, se refugia en la burla o en la abstención. Pero si dejamos que la farsa reemplace al fondo, ¿quién gobernará de verdad?
Política no es pleito, es construcción. No es gritar más fuerte, es escuchar mejor. Se trata de decidir juntos cómo queremos vivir, no de destruir al que piensa distinto. Quizá por eso urge recordar que la política empieza donde termina el ego y comienza el nosotros.
No basta con criticar desde el sofá. Cada noticia que compartimos, cada conversación que evitamos, modela el clima del país. Ser ciudadano no es solo votar: es pensar. Verificar, preguntar, exigir con argumentos. La democracia no se defiende sola.
La política no está muerta. Está escondida detrás del ruido, esperando que alguien vuelva a escuchar. Si aprendemos a distinguir entre el espectáculo y la verdad, todavía hay esperanza. Porque el futuro no lo decidirán los titulares, sino la lucidez de quienes se atrevan a mirar más allá del clic.
Nos leemos en otro articulo, Dios mediante.







































