La sociedad del cansancio
Por Max Montilla
Después de leerlo, uno entiende que la verdadera resistencia no está en hacer más, sino en hacer menos. En recuperar la pausa, el derecho al aburrimiento, la libertad de no responder, de no rendir cuentas. Desconectarse deja de ser pereza para convertirse en un acto de salud espiritual.
Leer La sociedad del cansancio* de Byung-Chul Han fue como mirarse al espejo y no poder apartar la mirada. No porque uno se sienta especialmente identificado con su tono filosófico o su lenguaje a veces distante, sino porque cada página parece describirnos con una precisión incómoda: seres agotados en una carrera sin línea de meta. Han sostiene que ya no vivimos bajo el modelo de la sociedad disciplinaria de Foucault, donde el poder imponía límites, sino en una sociedad del rendimiento, donde nosotros mismos nos convertimos en nuestros propios amos y verdugos.
El filósofo surcoreano plantea que el exceso de positividad —esa cultura del “tú puedes”, “sé mejor”, “da el máximo”— no nos libera, sino que nos enferma. Lo que antes era un impulso hacia la superación, hoy se convierte en obligación. El “yo puedo” muta en “debo poder”, y cuando no alcanzamos lo que esperamos de nosotros mismos, aparece la culpa, el agotamiento y el vacío. Han diagnostica así una epidemia del alma: depresión, ansiedad, burnout. No son fallas individuales, sino síntomas de un sistema que nos exige rendimiento constante.
Vivimos agotados, pero no por el esfuerzo físico. Es un cansancio más profundo, el de un alma saturada de estímulos, expectativas y conexiones. Descansar se ha vuelto un lujo y, peor aún, una culpa. Incluso el ocio se mide en productividad: cuántos lugares visitamos, cuántas fotos compartimos, cuánto “aprovechamos el tiempo”. Han llama a esto la “fatiga del yo”, esa extenuación de tener que ser alguien todo el tiempo.
Otro punto certero del autor es la desaparición de lo contemplativo. En una sociedad hiperactiva, el silencio y la lentitud son sospechosos. No sabemos simplemente estar. La conexión permanente con lo digital nos ha llenado de información, pero nos ha vaciado de atención. Todo se mide en utilidad, incluso las relaciones. En ese proceso, el ser humano se convierte en su propio producto.
Han no ofrece soluciones, y eso es parte de su fuerza. Su libro no pretende motivar ni consolar, sino exponer una verdad incómoda: el sujeto contemporáneo se explota a sí mismo creyendo que se realiza. Trabajamos más para demostrarnos que valemos, y mientras más nos esforzamos por controlar nuestra vida, más presos quedamos de la exigencia.
Después de leerlo, uno entiende que la verdadera resistencia no está en hacer más, sino en hacer menos. En recuperar la pausa, el derecho al aburrimiento, la libertad de no responder, de no rendir cuentas. Desconectarse deja de ser pereza para convertirse en un acto de salud espiritual.
La sociedad del cansancio no solo describe el malestar moderno; nos enfrenta al peligro de perder la humanidad entre metas y métricas. La eficiencia, cuando se vuelve el único valor, termina vaciando de sentido todo lo que toca. Y es ahí donde la advertencia de Han se vuelve casi profética: sin espacio para el silencio, el alma colapsa.
Al cerrar el libro, el ruido del mundo sigue igual, pero algo cambia adentro. Uno comprende que, antes de buscar un nuevo logro, conviene sentarse un momento y respirar. No para avanzar, sino para volver a existir.
Nos leemos en otro articulo, Dios mediante.







































